4 de enero de 2006

Cosmogonías de Aobsil



Ya estoy de vuelta en esta cuenca cósmica. La Lisboa calurosamente invernal que dejamos atrás quedó cuajada de flores. Los niños, que aún no han empezado las clases pululan por las calles como racimos de uvas, transparentes, con su gotita de miel intacta, esperando la espera de los regalos.
Hemos vuelto de Lusitania demasiado pronto. Nos reclaman compromisos laborales anteriores que no pueden esperar. Atrás quedan Rosa, Verónica, Caetano, Ana Cardoso, el señor de los perros grises, el hombre que se creía un mulá, los tranvías, las leiterias, los «obrigados», las escandhinas»... Nos pasamos la vida intentando adelantar a nuestra propia sombra para que no le pille nada de sorpresa. Después de nueve horas en coche por los campos de Castilla (y Portugal), nos encontramos arrastrando el trolley por una calle de Sama llena de polvo negro y resquicios de los que debió ser un año nuevo festivo. Al día siguiente tenemos que ponernos a tono con nuestras vidas, y acompañamos el devenir de la vuelta con la música. Fados para no olvidar del todo lo que dejamos atrás. La voz de Amalia Rodríguez me encanta, ella fue la primera persona a la que yo escuché cantar fados, en aquel tiempo las sensaciones al oir esas canciones se me escurrían por la cabeza, eran los años en los que siempre me sentía como un bicho raro porque no me gustaba Alejandro Sanz. Con la tranquilidad de tener, ahora, un poco más de espacio vital y mayor equilibrio entre edad y pensamiento, escribo estas líneas. Ahora, miro a mi izquierda y veo a un ser maravilloso con pelo ondulado y ojeras de leer, o de amar (puede ser de ambas cosas pero yo sé que es más de lo último...). Confío en Lisboa como el lugar donde habitarán nuestras relaciones (ya sean de amistad o de amor). Creo que el primer viaje que realizan juntas unas personas es el avance en miniatura del resto del viaje vital. La exageración convierte lo importante en irrelevante. Cuando lo único que hacemos es mirarnos el ombligo tan sólo amamos del otro nuestro reflejo invertido, por eso son buenos los viajes, porque te hacen cambiar la perspectiva y mirar al frente, tal vez al cielo e intentar descubrir un pedacito de aquella luna que dejamos de ver cuando nos metimos en las recoletas calles de la Alfama....

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