30 de diciembre de 2009

Superstición, pereza y 2010


Calzarse y vestirse con lo mejor que tengas, tomar una cuchara de madera en la mano, coger una maleta en la otra, procurar dar el primer paso con el pie derecho, ponerse ropa interior roja y si, después de todo, te queda algún dedo libre, tomarse las doce uvas sin que se quede una en el plato. Estuve mirando por internet, que es esa herramienta virtual sin la que los jóvenes actuales ya no podríamos vivir, y he recopilado algunos de los consejos que, según la cultura de turno, deben seguirse para empezar el año con buen pie. ¡Qué sí, que sí! Que después va el destino y hace lo que le da la gana, pero por mi y mi supersticionismo que no quede, vamos.

Es como cuando eres pequeño y empiezas a plantearte retos tú solo por la calle. Tengo que llegar a aquella esquina antes que ese señor, tengo que alcanzar la parada de autobuses antes de que el coche rojo llegue a la rotonda. Y ahí ibas tú, con unos coloretes por la calle y unas sudadas de toma pan y moja. Si, por un azar de pecados, no podías cumplir la meta marcada en cuestión, rápidamente te buscabas otra hazaña para que la mala suerte no cayera sobre tí. Hubo una época de mi vida que me veía a mi misma haciendo tales mamarrachadas por la calle y me daba vergüenza ajena (sí, era ajena porque yo ni siquiera me reconocía a mi misma). Pero ahora no, gracias (o desgracias) a los tiempos en que nos ha tocado vivir he vuelto a mi más tierna infancia y vuelvo a creer en todas las supersticiones del mundo.

Y es que el 2009, no lo podéis negar, ha sido un año “plof” (la onomatopeya es la mejor opción que la lengua española me ofrece para el caso). El 2009 ha dado una pereza que te cagas y ahora que se acaba lo podemos decir bien alto. Estuvimos doce meses apechugando con lo que nos había tocado pero ¡basta ya!. Es hora de gritar a los cuatro vientos la Pereza que nos ha dado el 2009 con sus crisis, sus corrupciones, sus políticas, sus no políticas, sus ayudas inservibles a la compra de un coche, sus hipotecas impagadas, sus secuestros, sus curas retrógrados, sus embargos, sus despidos, sus miserias, sus huelgas y sus....¿a qué da pereza?.

En estos momentos de cambio de año, hago como el chiste de Forges que salió en El País: Dos hombres pasean por la calle, y uno le dice al otro “¿Qué pides para el 2010?”, a lo que el compañero responde “¿Yo?. ¡Qué se callen!”. Pues eso, que en el 2010 se callen los chulos, los prepotentes, los egoístas, los reaccionarios, los envidiosos, los pardillos, y no sigo porque igual me tengo que callar a mi misma.

Así que, si para que se cumpla todo lo que quiero, me tengo que poner mis mejores galas, coger una cuchara de madera con una mano, una maleta con la otra, ponerme bragas rojas y hacer malabares para tomar las uvas lo haré. (Solo espero no aparecer el día 1 en el telediario como la gilipollas que se rompió un brazo por superstición). Si consigo superar el “entramado” de las doce de la noche del 31, brindaré porque el 2010 nos traiga a todos buenas noticias

5 de diciembre de 2009

Ardor de mala leche

Hace un año me dieron un golpe al coche. El vehículo en cuestión estaba correctamente estacionado y una señora sin escrúpulos (y sin carnet porque conducía uno de esos minicoches para los que no hace falta permiso) le dio un hostión que dejó la puerta del copiloto como una obra de Barceló. Dos testigos vieron el incidente y cogieron los datos de la susodicha mujer. Después me avisaron y yo, inocente de mi, fui a la aseguradora (Mapfre) con toda la información del incidente, incluidos los teléfonos de ambos testigos.
Doce meses después ahí sigue el abollón. Ni los testimonios de esos buenos conciudadanos ni el hecho que desde hace cuatro años pago religiosamente las cuotas del seguro, sirvieron para nada. Cierto es que uno de los testigos fue el cuponero de delante del Hospital Adaro y eso puede restar fiabilidad a sus palabras pero el hombre me asegura que, por el ojo que ve, lo observó todo con nitidez y claridad. De hecho, resumió el percance como "fue una cabrona". Algo que, a mi juicio, deja claro que el paisano se enteró de la movida perfectamente.
Total, que llevo doce meses, con las consiguientes visitas a la oficina de la aseguradora, sin que me den una solución a la abolladura de mi purrusaldo de cuatro ruedas y, la verdad, estoy empezando a cansar. Tardé, porque siempre fui de reacción lenta para las cosas que me afectan, pero es que esta mañana empecé a pensar en ello mientras me duchaba y me entró un ardor de mala leche que para qué contaros.
Resumiendo: Hasta las narices estoy de que las aseguradoras, telefónicas, empresas del gas, agua, basura y un largo etcétera hagan el agosto a costa de mi cuenta corriente. Cuando son ellos los que tienen que arreglar, reparar o devolver no hay con quien contar. Es como para tirarse al monte.